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Mi secreto p.1

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0Indigo0's avatar
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Alrededor todo está oscuro.  Mis pasos resuenan con el sonido de las hojas marchitas del otoño, esparcidas a mis pies. El bosque me saluda, sus ramas moviendo con el viento las precarias hojas que aún tienen pegadas, muchas cayendo encima de mí, como una lluvia de confeti. Es una linda bienvenida, con mi brillante entrada, al ser la única criatura envuelta en la luz amarilla de mi farol. Paso a paso me interno en la oscuridad, como si fuera una invitada de honor a este lugar.

Pero éste será mi hogar por un tiempo.

Al cabo de unos minutos, encuentro un claro, donde las ramas dejan ver un cielo parcialmente nublado, por el que se asoman tímidamente algunas estrellas. La luna llena se esconde tras una nube, pero su luz traspasa y deja una transparencia blanquecina en ella. Mi farol ilumina una alfombra de hojas, algunas ya bien marchitas y otras que recién se dignan a pudrirse en la tierra. Dejo unos sacos de dormir y unas mochilas en aquella alfombra por el momento, y limpio un punto para dejar el farol sin que se quemen las hojas. Luego, me tiro al suelo de espaldas, cayendo en la tierra con un golpe de hojas duras y quebradizas, a esperar.

No me da miedo la noche. Había enfrentado muchas cosas en mi vida y ya había perdido el temor. No significa que fuera una temeraria, le tenía respeto, pero no temía a moverme libremente por los bosques a oscuras. Sé bastante de monstruos y bestias sedientas de sangre, sin embargo, ya no me preocupaban.

Pues yo tenía mi propia bestia que me protegía. A cambio de que yo lo cuidara a él.

Luego de un corto minuto, aparece mi compañero. Su pelo rojo y largo, tomado en una cola, se remueve al frenar. Las hojas responden con su clásico sonido, y como yo estaba acostada en el suelo, se ve mucho más alto. A la luz del farol, ya podía distinguir sus ojeras, provocadas por el cansancio, la angustia y el dolor. Yo lo comprendía: nuestras historias eran bastante parecidas, si no casi iguales en lo que se refiere a sufrimiento. Sus enormes patas muestran unas cuantas heridas, hechas recientemente por el roce de las ramas frías, pero lo que eran sus manos y cara estaban limpios. Sus ojos rojos me miran sereno, y con una imperceptible sonrisa me saluda.

- ¿Te gusta el lugar? – me pregunta, parado al lado mío, iluminado por el farol.

- Si no me gustara no habría parado aquí – le respondo, sonriendo. Me apoyo en mis codos y miro para arriba.

- Dices eso siempre que nos cambiamos – destaca, sonriendo un poco más. Se sienta, cruzando las piernas, y mira directamente a la luz. Tenía un extraño brillo malévolo en sus ojos, pero eso se debía puramente a su condición. Lamentaba que no pudiera ser normal… o al menos ser como yo. Mis ojos por suerte aún no se habían vuelto carmesí. Y ojalá que nunca pasara.

- Debo responder lo mismo si tú siempre me haces la misma pregunta – le digo, riendo. - ¿Quieres hacer el campamento ahora?

- Yo creo que eso puede esperar hasta mañana… O mejor no, ahora que lo pienso. ¿Empecemos?
………………………

Y él quiere que lo aguante… ¿Cómo me viene a decir esto ahora que ya empezó? ¿Por qué me lo escondió todos estos meses? Explica muchas cosas: por qué algunos días tenía unas ojeras del tamaño de la cara entera, por qué tuvo esa herida en la mejilla, ese corte que casi le atraviesa hasta dentro de la boca, por qué su madre me miraba con cara de pena, preocupada… por qué llegaba a veces con un pañuelo negro alrededor del cuello, y me alejaba la mano de ahí cuando le hacía cariño.

No pude evitar que las lágrimas salieran de mis ojos a borbotones. ¡¿Y quiere que lo aguante?! ¡Arriesgaba su vida una noche de cada mes, con riesgo hasta de muerte, o algo peor, y no me había dicho nada!

Me rodeó con sus brazos, fuertes y largos, y puso sus labios sobre mi mejilla. Yo ni tenía ni siquiera fuerzas para sacármelo de encima. Esa era una tarde en la que tenía el pañuelo negro puesto. Ahora sabía lo que quería esconder.

- Perdóname… - me susurró. – Fui un tonto, lo sé, lo sé… Debí decírtelo desde un principio…

- No digas nada – le espeté. Se quedó callado al instante, pero me abrazó más fuerte, acariciando mi hombro con el pulgar. Seguí llorando, ojos cerrados, sin atreverme a mirar a mi novio.

Pero, sin importar cómo me sentía en ese terrible momento, sabía que lo seguía amando. Aunque me haya escondido ese terrible secreto por meses, yo lo seguía amando… Quería odiarlo por esto, pero no podía… No podía odiarlo, aunque tuviera todas las ganas de hacerlo… No podía odiar a mi Disant.

………………..

Con lentitud, me levanto del lecho de hojas y tomo uno de los bolsos que trajimos. Saco cuerdas y una gran malla de plástico, de color azul oscuro, y se las paso a Toby. Él se sube a un árbol ágilmente, y tira una mitad de la malla al suelo, donde yo la estiro hacia los lados. Era enorme, lo suficiente para armar una buena cobertura, en caso de lluvia. Rápidamente, mi compañero amarra las esquinas de la mitad del plástico y salta a otro árbol. Le tiro la otra esquina de la malla, y amarra las esquinas en unos pocos segundos.

Al bajar, ni siquiera se ve cansado. Toma el farol y mira el improvisado techo que había puesto.

- A ver si mañana encuentras un poste para el medio, para que el agua corra – me dice, sonriendo. – Ya sabes que no cuentas conmigo en el día.

- Ya sé – le respondo. La verdad es que llevamos tanto tiempo juntos que esto ya es rutina: armar, descansar, abastecernos por unos días (casi un mes), y volver a cambiar de hogar. No podíamos quedarnos mucho tiempo en un mismo lugar, ya que ambos somos fugitivos. Somos perseguidos no por un crimen, pero por una obsesión, una cacería sangrienta que ya nos ha tomado a los dos. A Tobías ya lo ha consumido por completo… sin embargo, yo sigo medio pura, medio con vida… medio mortal.

Llevo los sacos debajo de la malla y saco el mío, grueso y calentito, de tela negra, y me meto en él. Tobías se sienta a mi lado, mirando la luz del farol que colocó a su lado, mirando su mano. Un anillo de plata con un pequeño rubí decora su dedo anular. Otro anillo decora el mío, uno de oro con varios brillos pequeños de color verde. Esmeraldas. Es el único objeto de valor que tengo. Al igual que mi amigo.

- A veces lamento todo lo que ocurrió… - susurra Tobías, con una lágrima saliendo repentinamente de su ojo derecho. Me incorporo en mi saco y me acerco a él, apoyando mi cabeza en sus piernas. – No sé qué hice para merecer tanto…

- Eso ya es el pasado – le digo, mirando hacia arriba para observar su rostro. – A mí también me hubiera gustado que las cosas ocurrieran de otra forma… pero ya estamos aquí. También lamento el pasado, pero no lamento para nada haberte conocido.

Hace un intento de sonrisa. Se ve tan extraño en su rostro contraído que me río hacia adentro, acurrucándome más pegada a él. La luz del farol ya no brilla demasiado, y para no gastar más gas y mantenernos escondidos para cuando duerma, la apago. Saco la cabeza de la pierna de Toby, pero me pego a su cuerpo, y cierro los ojos.

- Buenas noches – le digo. No lo veré despierto cuando los vuelva a abrir.
……………………..

- Las peores cosas de la vida te las trae la persona que más quieres – escuché que me susurraba por detrás, tomándome del cuello e inclinando mi cabeza. No opuse resistencia: ya estaba demasiado cansada como para moverme. Y no hubiera podido de todas maneras, pues me tenía atrapada en sus cadenas, suspendida por los brazos, apenas tocando el suelo con mis pezuñas. Hacía mucho frío, y cerraba los ojos queriendo que todo fuera una pesadilla.

Pero era demasiado terrible como para ser una.

- No es cierto – le refuté. Sus dedos acariciaron el largo de mi cuello suavemente, mientras me echaba su frío aliento en mi oreja.

- Claro que lo es, si no, mira dónde estás parada – contestó, con su voz fría como su mano. Me vinieron repentinos temblores al cuerpo, por el frío, por el miedo. No sabía los horrores que podía llegar a cometer contra mí, de qué forma podía usarme. Y desecharme.

Eliminarme.

- Él no tiene la culpa de esto – dije lo más fuerte que me permitió mi asustada garganta. – Nadie tiene la culpa de esto excepto tú.

Pareció que le había cerrado la boca. Pero le abrí el apetito.

Se quedó quieto por un momento. Luego, colocó su mano alrededor de mi hombro y me tiró hacia abajo. Grité de dolor mientras me retorcía, y él parecía disfrutarlo bastante, apostaba a que estaba sonriendo mientras me torturaba. Grité  hasta que me soltó, pero no del todo. Me tomó el cuello entero con sus largos dedos, y quedó ahí, quieto, sintiendo mis latidos. Mi respiración se agitaba a cada segundo, y al tener la cabeza echada hacia atrás, dejaba expuesta toda la parte de los hombros y corazón. Apreté los puños alrededor de las malditas cadenas que me apresaban, deseando poder romperlas y escapar.

- Nadie más tiene la culpa… - repetí, casi sin voz.

- Sí: todos somos culpables, en especial tú… – susurró él, apoyando su boca en mi hombro izquierdo. Apreté los dientes, y levanté las piernas, dejándome balancear por las cadenas. El dolor de mis brazos quizás me despertaría…

De repente, no lo sentí. Se había separado de mí. Abrí los ojos lentamente, sin creerlo, e inhalé aire por la boca. Con cuidado, eché mi cabeza hacia adelante, ya pensando en cómo salir de ahí.

Y ahí estaba él. Al estar yo colgada, quedábamos cara a cara, y pronto quedé atrapada en sus ojos, rojos de maldad. Subió una mano rápida que llegó a mi nuca, y me tiró los cabellos, haciendo que volviera a la misma posición de antes. Luego de gritar otra vez, aguanté la respiración por un momento, mentalizándome para lo que vendría…

- Esto es tú culpa por haberlo aceptado. Querida Nala, que ingenua fuiste, creyendo que él siempre te podría proteger – dijo, antes de abrir la boca y enterrarme sus colmillos.

………………..

El sol matutino me llega a los ojos suavemente, atenuado por las hojas, pero es suficiente como para despertarme. Gruño con los ojos aún cerrados, y me muevo lentamente, buscando ese cuerpo que tanto me hace falta. Buscando a Disant, como en aquellos años en los que estábamos juntos.

Pero no lo encuentro. Abro los ojos, y vuelvo a la realidad.

Estoy en medio del bosque, en un colchón de hojas doradas y rojizas. Tobías está a unos metros, envuelto por completo en un saco café, roncando silenciosamente. Lo observo, sacándome mi propio saco de encima. Nadie que lo viera por primera vez pensaría que fuera una bestia. Para mí no lo era. Sólo estaba maldito, más que yo.

Por lo menos aún podía disfrutar de la calidez del sol en mi rostro. Él ni siquiera podía exponerse al día.

Me levanto de a poco y me cambio de ropa, buscando algo abrigado dentro de mi mochila. No hablo, pero no me importaría hacer ruido: Tobías duerme como un tronco a unos metros de mí. Me coloco unos jeans viejos y una camisa negra, ropa que siempre uso para cuando voy al pueblo más cercano a nuestros escondites para buscar comida. Uso otra ropa para hacer otros pequeños trabajos que nos mantienen. Aunque de lo único que debemos preocuparnos es de la comida, y ni siquiera por completo. Los bosques nos dan frutos y agua para limpiarnos y beber, pero la carne la debo ir a comprar yo. Aprovecho este primer día para explorar y buscar un lugar donde abastecernos. La noche anterior recordaba haber cruzado cerca de un pueblo. Ahora debía encontrarlo.

Me abrigo con un poncho rojo y parto hacia el este, no sin antes ver que mi compañero Kyrii esté bien tapado. Mejor no puede estarlo.

El bosque es más extenso de lo que pensaba. La noche no me dejó ver bien su vastedad. Las hojas marchitas siguen cayendo lentamente con cualquier brisa suave que aparezca de repente, y con cada una me encojo de frío. Quizás no me abrigué lo suficiente, pero es lo más cómodo que tengo. Camino a buen paso por una hora, mirando por todos lados por algún signo de vida, aunque lo único que encuentro son varios arbustos con moras (debo pedir una bolsa a la vuelta, pienso), y uno que otro petpet salvaje. Ya a la hora y media estaba a punto de dar media vuelta y marcharme, cuando de repente una pelota sale de detrás de unos arbustos. La recojo y camino en dirección de donde vino.

Al caminar un minuto, me encuentro a un niño. Levanta los brazos, apuntando a la pelota que tengo. Se la paso.

- Gracias – me dice, y sale corriendo.

Sus pasos se dirigen a otra persona, al parecer su padre. Él no me ve, y ambos siguen caminando. Los sigo a cierta distancia, y pronto llego a un lugar como una plaza en construcción. Desde ahí me puedo guiar sola, haciendo como si paseo tranquilamente. Quizás no sea necesario fingir, pues es lo que hago.

El pueblo es modesto y alegre, con poca actividad en la mañana. Las calles están limpias, las tienen bien cuidadas, y hay algunos trabajadores repintando algunos edificios viejos. Unos pocos niños juegan en una plaza, con sus madres vigilando.

Desvío mi mirada de ellos y trato de dejar mi mente en blanco. No quiero llorar en un pueblo al que acabo de llegar… Cada vez que escucho la risa de un niño, o veo a una madre feliz tomando de la mano a su hijo o hija, recuerdo mi hogar. Un hogar al que no puedo volver, simplemente por desconocer dónde estoy parada. Y si pudiera volver… Mi condición me asusta. Temo que no me acepten, por estar contaminada. En especial mi marido: ¿qué pensaría si descubre que su mujer se convirtió en lo que más odia en el mundo, y destruye por deber?

Me apresuro en caminar lejos de la plaza. De repente, me encuentro en el centro de la feria del pueblo: hay carpas y camionetas por todas partes, y venden de todo. Me paseo por los puestos viendo los precios. Son muy pero muy baratos. En especial las verduras.

Quizás en esta oportunidad, podríamos abastecernos de más de carne y prietas. Quizás podría darme el lujo de algunas ensaladas mixtas.

………………..

Parecía que la habitación en la que me tenía encerrada era el salón de la tortura. Había por lo menos tres pares de cadenas colgando del techo, y varias más en las paredes. Podía ver objetos como cinturones, dagas, cuchillos, espadas… Varios objetos de armamento y de flagelo. ¿Cómo era que alguien podía tener tal colección de armas?

Cuando me hacía tal pregunta, de inmediato recordaba que ese alguien era inmortal.

Me dormía cada ciertas horas a la fuerza. Simplemente me ponía una mano encima y pam, al siguiente segundo estaba en un mundo negro, probablemente roncando en el mundo real. Pude haber pasado días encerrada en distintos puntos del salón, sin darme cuenta, pensando en que eran horas, nada más. No era consciente del tiempo. A veces despertaba colgada en una de las cadenas, otras veces en el suelo. Normalmente, cuando no estaba colgada no había nadie, y cuando estaba colgada, el vampiro me acosaba, diciéndome una y otra vez que todos éramos culpables de… La verdad no sabía exactamente a qué se refería, pero suponía que hablaba de mi conversión.

Sin embargo, algunas veces cuando estaba en el suelo, una muchacha Zafara me miraba desde una esquina de la oscura sala, o desde fuera, en la terraza, junto a la luna. Cuando se daba cuenta de que estaba despierta, se iba, caminando con un paso demasiado ligero para una mortal. No tenía la menor idea de quién era, y me intrigaba. Era una chica misteriosa…

Había veces (y esto era cuando tenía suerte) en las que despertaba en horas del día. Por la ventana de la terraza, podía ver cosas gracias a la luz del sol: un extenso bosque, puro verde a kilómetros de distancia, un verde apagado, y a veces una que otra ave cantando. A veces, veía hasta el sol mismo. Agradecía que sólo me hubiera mordido una vez.

Era algo sarcástico cuando despertaba con la luz del sol, y podía ver ese extenso bosque allá afuera. Tanta libertad se sentía mirando hacia afuera. Y yo que estaba encadenada no podía disfrutarla. Era irónico y cruel a la vez.

No sé cuánto tiempo estuve ahí encerrada, viendo por la ventana todo el mundo al que no podía acceder. Menos sabía dónde estaba… No conocía la ubicación del castillo, sólo había venido con Disant a sus cacerías una vez.

Había momentos en lo que lo único que podía hacer era llorar. Llorar por mi marido, por mis hijas... ¿Qué sería de ellas? En mis momentos de lucidez y soledad, recordaba sus rostros, alegres y entusiastas. La mayor, Indi, estaría a punto de entrar a su primer año de escuela. Era inteligente, independiente, mi pequeña. Y la menor, Lily, de apenas cinco años, ya podía manejar cierta magia con sus pequeñas manitas. ¿Qué sería de ellas?

¿Cómo manejarían mi desaparición?

…………………
Sorry, spanish fanfics. If you know spanish, try to read it, its a good exercise ;)

Ojala no me haya equivocado en los codigos. XD

Ni se por que la subo aca. Quizas para hacer algo...

La estaba posteando en neo, pero en medio de la suspension se borro el topic. Por lo menos ya esta lista. Subo la otra parte en unos minutos :D

Creen que esto deberia tener un mature tag? Por una escenita algo fuerte, pero no tanto... Meh, da igual XD

Especies (c) neo
Fic (c) yo
© 2010 - 2024 0Indigo0
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Nyph-Atzbel's avatar
Vi que la habías subido acá, asi que aprovecho para favear, leer y comentar xDD

Si que has estado inspirada, Tere!
Pregunta: también se sabe porque fue a parar a manos del Conde? o.o o eso ya lo dijiste y lo olvidé? xD
Pobre Nala... es lo único que se me ocurre decir. La esposa de un cazavampiros, y la convierten en una medio vampiro... eso es ser cruel, Tere :no:... (?)